Convictos, una novela sobre la colonia penal inglesa de Australia

«Convictos»: una novela sobre Australia, colonia penal inglesa

Esta novela histórica abarca desde 1784, cuando Inglaterra empieza a deportar a sus convictos a Australia, hasta 1838, cuando la corona inglesa pasa de considerar ese territorio como una colonia penal, un lugar remoto conveniente para deshacerse de su numerosa población reclusa, y admite su potencial como colonia inglesa.

La colonia penal de Australia

A través de Convictos, Gerard Duelo trata de describir la dureza de estos primeros tiempos en la colonia penal, y en el trato inhumano y degradante que padecían los prisioneros. Así como las injusticias que los nuevos colonos (muchos de ellos ex convictos) cometieron contra los aborígenes australianos, desposeídos de sus tierras y arrastrados al borde la extinción.

Entre 1787, año en que zarpó la primera flota, y 1868, en que el zarpó último buque de transporte de presidiarios, la Corona Real Británica envió 825 barcos de convictos desde Inglaterra e Irlanda, superando en más de 150.000 personas deportadas lejos de su país. Una de las mayores deportaciones en masa de la historia.

La vida en la colonia inglesa de Australia

Convictos, una novela sobre la colonia penal inglesa de Australia

La convicta más joven, una niña de trece años detenida por robar una cesta de frutas y condenada a la deportación por tres años no supo volver y se casó con un teniente, convirtiéndose ambos en comerciantes y llegando a ser la persona más rica de Australia, fundadora del Banco de Australia.

La población de la isla de Norfolk sobrevivió en gran parte gracias a la carne de un extraño pájaro oriundo de un monte cercano. Eran semejantes a los albatros y en cuanto se posaban en tierra se les dificultaban los movimientos, siendo fáciles de cazar. Los convictos lo consideraron el maná que se relata en la Biblia.

La historia tradicional afirma que las famosas ovejas merinas tienen su origen en Marruecos, cuando los bereberes invadieron el sur de España. Desde entonces, el comercio de esos animales lo tenía controlado el Consejo de la Mesta, un gremio de pastores español muy importante en Europa. Durante tres siglos estuvo absolutamente prohibida su venta fuera de España para asegurarse el negocio de la lana, hasta que un ex convicto las llevó a Australia y compitió con un importante colono, que desarrollaba ovejas de raza mezclada.

Deportados, colonos y aborígenes

En Tasmania el gobierno permitía y alentaba la «caza de aborígenes». Los bushrangers, que así se llamaba a los fugitivos que durante un tiempo pudieron sobrevivir en el bosque, eran los principales cazadores de indígenas, en busca de las recompensas que el propio gobernador de la colonia penal ofrecía.

En 1860 murió el último hombre nativo tasmano. Un miembro de la Royal Society of Tasmania, mandó abrir su tumba para hacerse una maleta con su piel. Entonces el genocidio en Tasmania se dio por oficialmente concluido. Ya no quedaba ni un solo aborigen. Tres años antes había muerto la última mujer palawa, llamada la princesa Truganini.

En 1861 la población indígena australiana, de alrededor de 180.000 habitantes, era apenas la mitad del total estimado que había cuando arribó a sus costas la primera flota, poco más de setenta años antes. Durante el resto del siglo, y durante las primeras cuatro décadas del siglo XX, la población nativa de Australia caería constantemente por debajo de los 100.000. Solo después de la Segunda Guerra Mundial el declive se detuvo, pero los números nunca se recuperaron.

La vieja y la nueva Australia

La «invasión» de los ingleses de la llamada por entonces Tierra Austral se baso en la doctrina Terra nullius («Tierra de nadie») que presuponía en el siglo XVIII que la tierra no era de nadie en su origen y no tenía dueño hasta no ser registrada como de uno, debiéndose dar una serie de condicionantes señalados en las leyes inglesas, que en aquel momento de la historia solo eran accesibles a los británicos. Un abuso descarado de los fuertes sobre los débiles. Puro colonialismo.

Cuando la nación de Australia nació en 1901, la nueva Constitución del país declaró que «los nativos aborígenes no se contaran como ciudadanos» y, para asegurarse, la Ley de la Commonwealth de 1902 declaró que «ningún aborigen nativo de Australia tendría derecho a voto». No sería hasta 1967 que la Constitución australiana fue enmendada y los aborígenes recibieron los mismos derechos que otros ciudadanos australianos.

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