Ya sabes lo mucho que me gusta la microhistoria, los actos «menores» casi locales, en los que un puñado de personas son protagonistas de hechos extraordinarios. Eso me animó a escribir El alguacil. Sin embargo, hoy avanzamos desde la Edad Media hasta la Segunda Guerra Mundial. Pero nada de Stalingrado, el desembarco de Normandía o los grandes teatros de operaciones. Hoy hablamos de la guerra sigilosa y submarina, practicada por apenas un centenar de hombres, los hombres rana italianos, que operando torpedos humanos se las arreglaron para hundir petroleros, buques de carga e incluso dos acorazados británicos, en unas operaciones militares de audacia, mucho valor y paciencia extrema. ¡Hablemos sobre ellos!
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Regia Marina: escasa, pero localizada
Frente a la creencia popular —y repetida una y otra vez por la propaganda anglosajona— los italianos contaban con excelentes unidades navales. Seis acorazados, diecinueve cruceros y una inmensidad de pequeñas unidades, incluidos cien submarinos. Existían otras marinas más grandes (la italiana era la quinta del mundo en ese momento), pero contaban con la ventaja de estar localizados en el Mediterráneo y el mar Rojo, lo que facilitaba su movilidad en ese teatro de operaciones. Cierto, Gibraltar estaba bloqueado para ellos (con la excepción de submarinos), pero, después de todo, sus objetivos se centraban en el Mediterráneo, Oriente Medio y África.
No obstante, la Regia Marina siempre tuvo que lidiar con dos problemas esenciales:
- Las pérdidas sufridas serían casi imposibles de reemplazar, debido a la escasez de materias primas con las que fabricar nuevas embarcaciones.
- La escasez de combustible para movilizar sus buques capitales, consecuencia directa de la campaña del norte de África, que privó a los italianos del fácil acceso a hidrocarburos.
De modo que, para operar eficazmente con el escaso combustible disponible, la Regia Marina debía ejecutar operaciones quirúrgicas que no arriesgasen sus valiosos recursos. ¿Qué supuso estas circunstancias?
El miedo mutuo
Sin embargo, la debilidad frente a la Royal Navy que se mostraba sobre el papel no se trasladaba a la realidad. La Royal Navy tenía muchos frentes que cubrir: Atlántico Norte y sur, el Ártico, el mar Rojo, India, el Pacífico frente a Japón… Esa demanda de tropas omnipresentes obligaba a dividir las flotas, y al Mediterráneo quedaron asignados algunos buques capitales, pero también muchas unidades heredadas de la Primera Guerra Mundial (aunque modernizadas), por lo que los italianos no estaban en tan clara desventaja, y los británicos lo sabían. Ambas flotas se tenían miedo y respeto, pues una derrota en un gran combate naval podía suponer la derrota absoluta en el Mediterráneo. Una especie de batalla de Jutlandia, pero en el Mediterráneo.
El mito de la inutilidad italiana es posterior a la guerra, entre 1939 y 1943 los británicos se tomaban muy en serio la Regia Marina. Y la Regia Marina a la Royal Navy. Este miedo mutuo supuso limitadas operaciones navales en el Mediterráneo, a menudo de limitada envergadura, con la excepción de la batalla del Cabo Matapán. De hecho, las pérdidas italianas en este encuentro motivaron esa política de no enfrentamiento que elevó la importancia de los hombres rana.
Hombres rana italianos: la respuesta ante la indefensión dela Regia Marina
La imposibilidad de operar con seguridad en el Mediterráneo mantuvo a sus principales unidades navales en puerto, tras la relativa seguridad de sus defensas, aunque el ataque aéreo en Tarento, precursor del más devastador de Pearl Harbour, demostró que ni siquiera en puerto los barcos estaban seguros. Y eso se aplicaba a ambos bandos. ¿Cómo golpear a los británicos donde más seguros se creían?
Así surgió la Decima Flottiglia Mezzi d’Assalto, conocida como Decima MAS, una combinación de lanchas torpederas, submarinos y buzos de asalto, los protagonistas de este artículo. En realidad ya había precedentes de operaciones (de escaso éxito) contra la flota de Austria-Hungría durante la Gran Guerra, pero ahora los buzos italianos contaban con las herramientas adecuadas: máscaras de respiración que no emitían burbujas, torpedos humanos (apodados maiale, «cerdos») con potencia y autonomía para aproximarse sumergidos hasta sus objetivos… y una escuela de buzos donde se les entrenaba para las operaciones contra buques enemigos.
Objetivos de la Decima MAS
El objetivo era infiltrar los maiale en los puertos enemigos y hundir unidades militares, petroleros, buques de carga y transportes de tropas. En ese orden. Estos últimos podrían haber supuesto un problema moral; sin embargo, sólo he tenido constancia de que se hundiera un único transporte militar, en Sebastopol en 1942, aunque no he localizado ninguna mención a si el buque contaba con pasaje o, al estar fondeado en puerto, las tropas en su interior habían desembarcado en la ciudad asediada. Probablemente. No obstante, recordemos la enorme pérdida de vidas humanas que supuso el hundimiento del Wilhelm Gustloff.
Este acoso a las unidades en puerto también tenía como objetivo detener o retrasar los convoy de suministros a las tropas aliadas en el norte de África, lo que supondría un respiro para los italianos (y alemanes) allí desplegados. Tal vez incluso decantar la guerra a su favor en ese frente. De modo que la Decima MAS estaba para hundir, acosar, infundir miedo y gastar los recursos del enemigo. Todo con apenas un centenar de hombres rana. Impresionante.
Torpedos humanos italianos en distintos teatros
Conscientes del potencial que este tipo de arma ofrecía en un teatro de limitada extensión geográfica (los submarinos italianos que transportaban estos hombres rana tenían una menor autonomía que su contrapartida alemana, los cazadores de convoyes en el Atlántico), la Decima MAS se lanzó a la caza de barcos enemigos fondeados en puerto.
Hubo incursiones de maiale en diferentes puertos griegos y africanos, hombres rana lanzados desde submarinos nodriza que aproximaban a los buzos hasta el objetivo y luego aguardaban su regreso. Fueron éxitos menores, pero contribuyeron a sembrar el pánico entre los aliados y a perfeccionar la táctica de los italianos. Incluso se atrevieron con una incursión en Sebastopol, en el mar Negro, donde buzos italianos hundieron —ironías de la vida— dos submarinos soviéticos allí anclados.
Suda, el bautismo de los hombres rana
Durante la campaña de Creta, buzos italianos se infiltraron el bahía de Suda y hundieron un crucero y un petrolero, las primeras bajas causadas por un enemigo invisible. ¿Había sido un submarino? ¿Una mina? ¿Sabotaje? Pronto los ingleses descubrirían que se trataba de hombres rana italianos, que colocaban explosivos bajo la quilla, el punto más vulnerable de una embarcación, y huían de ahí antes de que explotase. La guerra había cambiado.
Alejandría, la joya de la corona
Ese mismo año tendría lugar el mayor éxito de la Decima MAS, el ataque al puerto de Alejandría, una de las operaciones más estudiadas de la Segunda Guerra Mundial, donde un equipo de hombre rana italianos se las ingenió para eludir las redes del puerto, las patrullas antisubmarinas y colocar explosivos debo de cuatro embarcaciones, un destructor, un petrolero… y dos acorazados de la clase Queen Elizabeth. Todos hundidos en la misma noche y en el mismo puerto, para desesperación de los británicos y gloria de los italianos.
A partir de entonces, los buzos italianos serían el principal quebradero de cabeza de las defensas portuarias en el Mediterráneo, muy por encima de los esporádicos ataques aéreos.
Gibraltar, hombres rana y espías
Por fin, llegamos a un escenario cercano. Las operaciones en Gibraltar tienen algo de especial, pues al vértigo de estas operaciones militares hay que sumarle el toque de espionaje que debió de estar presente en estos ataques, ya que los maiale no se lanzaban desde submarinos italianos —como ocurrió en otros teatros de operaciones— sino desde Algeciras. En concreto —ojo a la audacia— desde un barco italiano encallado en la costa. La coartada era que el capitán había encallado el barco en territorio neutral para evitar que los británicos lo capturasen; en realidad, los hombres rana italianos utilizaban este barco encallado como base de operaciones, para atacar Gibraltar desde la costa española, no desde el Mediterráneo, donde las patrullas británicas se volvían locas para localizar unos inexistentes submarinos nodriza.
Y esta es la historia que cuenta El italiano, de Arturo Pérez-Reverte, que mencionaré brevemente a continuación.
Breve reseña sobre «El italiano», una novela sobre hombres rana
Sentimientos contradictorios: me ha gustado la historia, pero no la trama.
La novela versa sobre las operaciones submarinas italianas contra la flota inglesa en Gibraltar, que mantenía al peñón en un constante estado de alerta, especialmente cuando los cargueros explotaban sin causa aparente. Con esa premisa, me lancé a la lectura.
En primer lugar, mencionar que está muy bien rescatar estos episodios ocultos de nuestra historia, especialmente en un tema tan apasionante como los hombres rana italianos durante la Segunda Guerra Mundial, pero tengo la sensación de que Arturo Pérez-Reverte (en colaboración con su editorial) ha hecho trampa en tres aspectos:
- En el formato tapa dura, las sangrías son exageradas para el tamaño de la hoja, lo que ha incrementado artificialmente el volumen del libro.
- Los diálogos… parecen de telegrafista. Todos los personajes hablan en tres o cuatro palabras, a veces monosílabos, lo que permite avanzar páginas y páginas sin haber leído ni doscientas palabras. Se siente como más relleno.
- Por último, el autor ha incluido como parte de la ficción una pseudoficticia labor de investigación, el «cómo conocí esta historia», que le ha servido para añadir páginas adicionales. Lo cual le quita aún más espacio a la historia principal, la que nos importa. Esta herramienta funcionó muy bien en La reina del sur, pero porque ahí ambas historias tenían gravitas; aquí, no.
¿Qué quiero decir con esto? Que me da la impresión de que El italiano es una novela escrita con prisas, como si el autor quisiera quitarse cuanto antes una idea que tenía en el fondo de su mente, y en lugar de darle el formato de novela corta que una historia tan menuda merecía, o trabajar en serio en una novela de la extensión que se presenta, ha optado por estas extensiones que se sienten fraudulentas. Y las ganas por acabar de escribirla se perciban a cada página, como si «El italiano» fuese un bache entre producciones de mayor calado.
Teseo Lombardo y Elena Arbués, la historia de los hombres rana italianos, se merecían una novela mejor. Tendrán que conformarse con una que «no está mal». Es posible que tú opines diferente.